Ontem uns poucos amigos nos encontramos para beber umas à viagem do Ramiro. Bebemos, comemos, rimos e choramos. O filósofo Guillermo David, a quem Ramiro chamava de "assessor espiritual" (eu era o "assessor de assuntos aleatórios"), acabou de me mandar essa foto, que é uma bela síntese para começar a soltar as amarras e deixar o Ramiro navegar. Disse Guillermo:
Walter Benjamin imaginou o anjo da história fugindo de costas pra gente, olhando pra nós e olhando com espanto as catástrofes que ao seu passo deixa.
Nessa última imagem, Ramiro, de costas pra nós, de face ao mar, ao céu, ao vento, não precisa nos olhar, está em paz com todos nós. Como ele gostava de dizer: sem culpas. Não há risco, não há catástrofes, mas alegria, músicas, uma amizade tão funda que cria laços religiosos entre nós que fomos tocados pelo seu dom.
Segue a íntegra da matéria que escrevi ontem nem sei como para o jornal Crítica. A manchete foi coisa deles.
Rondaban los fantasmas de Malvinas en Bahía Blanca. Ramiro Musotto estaba echado en la plaza con sus amigos, mirando las estrellas. Dijo que quería ir a Brasil a estudiar el berimbau de su admirado Naná Vasconcelos. Pero fue mucho más allá. Como dijo Zeca Baleiro, de la Bahía Blanca a la Bahía Negra.
Empezó a investigar la batería electrónica cuando nadie lo había hecho todavía en Brasil y fue uno de los diseñadores de esa percusión baiana que explotó en las voces y los sudores de Daniela Mercury y Margareth Menezes. Laburando en estudios, en Salvador primero y en Rio después, grabó con y para todo el mundo, unos 200 discos, de Caetano Veloso a Marisa Monte, de Sérgio Mendes a Titãs.
Cuando Diego Frenkel, por ejemplo, fue a Rio a grabar percusiones para La Portuaria esperaba llegar al estudio y encontrarse con una docena de negros recién bajados del morro. Se encontró a Ramiro. Él solo era la batucada.
Cuando Celso Fonseca le propuso a Mart’nália llamarlo para tocar en Pé do meu samba, la hija de Martinho da Vila, acostumbrada a salir en el ala de percusión de la escola de samba Vila Isabel, torció la nariz. “Ó, Celsinho! Um argentino na percussão?”
Después que lo escuchó no lo podía creer.
Nos conocimos en el bar Picote -que yo llamaba “mi oficina”-, en Río de Janeiro. Me miró desconfiado. Le hacía ruido que otro argento que vivía en Rio le ofreciera la posibilidad de que Sudaka, su primer cd solista que ya daba vueltas por Brasil y Estados Unidos, fuese editado en la Argentina que se le venía negando. Y al estilo argentino me dijo “¿cuánto me vas a cobrar?”. Nos convertimos en hermanos instantáneos.
Fue el empujón para regresar a Salvador y dedicarse de lleno a su propia música. Ramiro encontró completamente enchufado entre bits y cueros el cable invisible e inasible que une los sonidos ancestrales de Africa y América Latina. Tornó modernos a los indios xavantes y tradicional al octapad. Aunque el berimbau, con la piedra en la mano y la calabaza en el vientre, siguió siendo su instrumento madre. En 2005 formó en Francia la primera orquesta de berimbaus, arrancando sonidos alucinantes con los instrumentos en diferentes afinaciones. Así andaba, llevando sus cañas y su Mac de Grenoble al carnaval de Salvador y de la ceremonia de los Juegos Panamericanos a la Buenos Aires que había dejado de ser misteriosa y ya tenía una corte de fanas que bailaban atrás de su trío eléctrico.
Lo que no se ve en los discos: vivió con la filosofía Vinicius del arte del encuentro, siempre juntando gente de origen variopinto. Y él, que como buen percusionista siempre andaba con exceso de equipaje, esta vez viajó muy leve. Y muy temprano.
Texto publicado hoje no jornal Crítica
Walter Benjamin imaginou o anjo da história fugindo de costas pra gente, olhando pra nós e olhando com espanto as catástrofes que ao seu passo deixa.
Nessa última imagem, Ramiro, de costas pra nós, de face ao mar, ao céu, ao vento, não precisa nos olhar, está em paz com todos nós. Como ele gostava de dizer: sem culpas. Não há risco, não há catástrofes, mas alegria, músicas, uma amizade tão funda que cria laços religiosos entre nós que fomos tocados pelo seu dom.
Segue a íntegra da matéria que escrevi ontem nem sei como para o jornal Crítica. A manchete foi coisa deles.
Rondaban los fantasmas de Malvinas en Bahía Blanca. Ramiro Musotto estaba echado en la plaza con sus amigos, mirando las estrellas. Dijo que quería ir a Brasil a estudiar el berimbau de su admirado Naná Vasconcelos. Pero fue mucho más allá. Como dijo Zeca Baleiro, de la Bahía Blanca a la Bahía Negra.
Empezó a investigar la batería electrónica cuando nadie lo había hecho todavía en Brasil y fue uno de los diseñadores de esa percusión baiana que explotó en las voces y los sudores de Daniela Mercury y Margareth Menezes. Laburando en estudios, en Salvador primero y en Rio después, grabó con y para todo el mundo, unos 200 discos, de Caetano Veloso a Marisa Monte, de Sérgio Mendes a Titãs.
Cuando Diego Frenkel, por ejemplo, fue a Rio a grabar percusiones para La Portuaria esperaba llegar al estudio y encontrarse con una docena de negros recién bajados del morro. Se encontró a Ramiro. Él solo era la batucada.
Cuando Celso Fonseca le propuso a Mart’nália llamarlo para tocar en Pé do meu samba, la hija de Martinho da Vila, acostumbrada a salir en el ala de percusión de la escola de samba Vila Isabel, torció la nariz. “Ó, Celsinho! Um argentino na percussão?”
Después que lo escuchó no lo podía creer.
Nos conocimos en el bar Picote -que yo llamaba “mi oficina”-, en Río de Janeiro. Me miró desconfiado. Le hacía ruido que otro argento que vivía en Rio le ofreciera la posibilidad de que Sudaka, su primer cd solista que ya daba vueltas por Brasil y Estados Unidos, fuese editado en la Argentina que se le venía negando. Y al estilo argentino me dijo “¿cuánto me vas a cobrar?”. Nos convertimos en hermanos instantáneos.
Fue el empujón para regresar a Salvador y dedicarse de lleno a su propia música. Ramiro encontró completamente enchufado entre bits y cueros el cable invisible e inasible que une los sonidos ancestrales de Africa y América Latina. Tornó modernos a los indios xavantes y tradicional al octapad. Aunque el berimbau, con la piedra en la mano y la calabaza en el vientre, siguió siendo su instrumento madre. En 2005 formó en Francia la primera orquesta de berimbaus, arrancando sonidos alucinantes con los instrumentos en diferentes afinaciones. Así andaba, llevando sus cañas y su Mac de Grenoble al carnaval de Salvador y de la ceremonia de los Juegos Panamericanos a la Buenos Aires que había dejado de ser misteriosa y ya tenía una corte de fanas que bailaban atrás de su trío eléctrico.
Lo que no se ve en los discos: vivió con la filosofía Vinicius del arte del encuentro, siempre juntando gente de origen variopinto. Y él, que como buen percusionista siempre andaba con exceso de equipaje, esta vez viajó muy leve. Y muy temprano.
Texto publicado hoje no jornal Crítica